Lirios en el mar

Me cansé de dar vueltas en la cama… eran las tres de la madrugada y no había podido pegar un ojo desde que me acosté. Decidí levantarme y procurarme un vaso con leche caliente que, según decía mi madre, es un buen antídoto contra el insomnio.

Me asomé por la ventana del living para admirar la vista del parque Centenario, pero sólo ví como pegaban las gotas furiosas de lluvia contra el vidrio y las copas de los árboles que se movían con el viento. En el cielo algunas nubes se movían en una danza misteriosa e inquietante, pero a la vez hipnóticamente bella.

Nada era fácil para mi... en el último tiempo me preocupaba cómo plantearle mi deseo a mi mujer, esa misma que había conocido muchos años antes y por la cual había quedado obsesionado casi al instante. ¿Cómo podía mirarla a los ojos y decirle que ya no sentía lo mismo de antes? Que le guardaba cariño, eso si; pero ya no era el motivo por el que me levantaba con una sonrisa todas las mañanas.

El ejemplo que había tenido de mis padres era el de seguir casados por siempre, que el matrimonio era una institución sagrada que no se debía romper y que el compromiso que asumimos al casarnos se debía cumplir aunque nos costara la felicidad. Ese era el precio que yo estaba pagando en ese momento. ¿Cuánto tiempo más podría pagarlo sin convertirme en un ser gris?

Tuve la tremenda visión de estar 10 años más tarde en la misma casa, mirando la misma ventana y preguntándome qué sentido tenía mi vida. Sentí el terrible peso de la rutina que había aplastado mis sueños, me ví repitiendo los mismos gestos y manteniendo las mismas conversaciones inocuas con conocidos y amigos; y el terror se apoderó de mi ser. Al fin me decidí: tenía que hacer algo.

Volví a la habitación, observé a mi esposa dormir y busqué un bolso grande en el placard. Lentamente, para no hacer ruido, comencé a poner las camisas, los pantalones, las medias y todo lo que pudiera necesitar adentro. Cada prenda significaba un pequeño paso hacia cumplir mi deseo, pero también me cuestionaba ¿me atreveré a hacerlo?

Cerré el bolso despacio y con absoluta seguridad me miré al espejo. No había lugar para las dudas. Tomé una lapicera y un papel y me senté a escribir. A pesar del convencimiento de hacer lo correcto, no podía evitar la tristeza que sentía. Apenas comencé a escribir, sentí que era una actitud cobarde; y el dolor que eso le causaría no sólo a mi mujer sino a toda mi familia me pareció por lo menos injusto e innecesario.

Me acerqué a la cama, decidido a despertarla por la necesidad que sentía de hablarle sobre lo que me estaba pasando. Mis ojos se desvían hacia la ventana. Lo que antes había sido una fuerte tormenta se había convertido en una tenue lluvia. Los árboles estaban quietos y se abría un pequeño espacio en el cielo entre las nubes.

Eran las 4:30 ya, por lo que junté todo el valor necesario y sacudí suavemente a mi esposa del hombro, llamándola con una voz tenue. Estaba convencido que era necesario que hablemos sin demora.

 - Norma, despertate 
- ¿Qué pasa Luis? ¿Pasó algo? 
- Nada grave, pero quería hablarte. Necesito que hablemos 
- ¿Ahora? ¿qué hora es? ¿qué te pasa? ¿te sentís mal? 
- Si, pero no te preocupes… no me podía dormir, me puse a pensar y quise hablarte. 
- ¿No puede ser más tarde? En unas horas ya vamos a tener que levantarnos y entonces vamos a poder hablar tranquilos. 
- No, me gustaría que sea ya. 
- Bueno, dale… decime! ¿qué te pasa? – se endereza un poco en la cama para prestar atención-. 
- No estoy feliz… no me siento bien con mi vida, con nuestra rutina… no me hace feliz! Seguro te sorprende, porque a mí también me cuesta entenderlo… pero es lo que me pasa y lo tenía que hablar. 
- ¿qué me estás diciendo? No te entiendo bien… 
- ¿vos estás feliz? 
- ¿y eso qué tiene que ver? ¡Sos mi marido! Te elegí y soy una mujer feliz porque estoy con vos. Es inevitable que tengamos rutina, no la tienen todos los matrimonios? ¿qué querés que hagamos? 
- No quiero que hagamos nada, me quiero ir. Armé el bolso y me iba a ir, pero me pareció que debíamos hablar antes de que yo tome cualquier decisión. 
- ¿Vos me querés dejar? ¿te querés separar? ¿Es eso lo que me estás diciendo? 
- En cierta forma, lo estoy pensando. 
- ¿Qué significa eso? ¿si o no? 
- Bueno, si.

 No quedamos unos minutos en silencio. Sentí la boca muy seca, la respiración se me agitó. Estaba esperando una reacción que tal vez me ayude a decidir. Ella me miró, y después desvió su vista hacia un cuadro que teníamos en la habitación: era un paisaje marino, aguas azules y verdosas con algunas olas; pero lo más interesante eran unos lirios que flotaban. Esa obra no sería tan bella sin ese detalle. La pintura había sido un regalo de casamiento, y por supuesto que eso ahora había cambiado de significado.

De repente se levantó, como si se hubiera despertado de un largo sueño y se dirigió al placard. Comenzó a sacar su ropa y colocarla en la valija que usábamos para nuestros viajes circunstanciales. Entró al baño, se cambió de ropa y salió con un aire decidido. En ese momento noté que había estado llorando y me sentí muy mal. Comenzó a caminar hacia mí, se detuvo a unos pocos centímetros y me dijo:
 - No voy a permitir que seas vos quien me deje. Si alguien termina las cosas acá, soy yo. 

 Luego de esas palabras no pude reaccionar. Ella me gritó unos cuantos insultos, me recordó todo lo que ella había hecho para que nuestra vida juntos fuera lo más cómoda posible y terminó su monólogo acusándome de egoísta y cobarde. Con la tranquilidad de haber hecho lo que correspondía, tomó su valija y se fue de casa con un portazo que seguro despertó a varios vecinos.

Caí en un estado de confusión por la escena que acababa de vivir, no estaba seguro de qué debía hacer y para colmo el desvelo le había dado paso al sueño por lo que era imposible en mi estado intentar retenerla, pedirle que vuelva o incluso seguirla. Como nunca antes en mi vida, comencé a llorar desesperado. La culpa me había invadido, trayendo consigo el miedo de quedarme solo y el dolor por la responsabilidad de destruir mi matrimonio.

 Miré el reloj nuevamente, pero era demasiado tarde o temprano para pensar un plan de acción. Me recosté en la cama, vencido por el sueño. Me imaginé cómo sería estar todavía enamorado de mi mujer y tener la posibilidad de volver el tiempo atrás. ¿Y si no le hubiera dicho nada? ¿por qué no me callé y seguí viviendo tal como lo hacía hasta entonces? Estaba seguro que eso hubieran aconsejado mis padres.

Todas esas preguntas me hacían sentir peor, pero ya no había vuelta atrás. Me sentí caer en un sopor pesado hasta que finalmente me quedé dormido. Esa noche tuve un sueño en el que nadaba en ese mar del cuadro, con aguas verdes y lirios blancos flotando cerca de mí. Tenía una tremenda ansiedad por llegar a la orilla que cada vez se veía más lejos. Nadé mucho tiempo hasta que me hundí en la oscuridad del mar más profundo y pude por fin descansar.

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